martes, 23 de abril de 2019

Agustín de Hipona

 “Fides quaerit, intellectus invenit” (La fe busca, el entendimiento encuentra)

     El filósofo español Julián Marías, decía que no existe una Filosofía cristiana, sino más bien un filosofar en la fe. De igual manera, Rafael Gambra, otro pensador español, afirma que el cristianismo no es una filosofía, sino una religión. Visto así, entonces, conviene identificar primeramente qué tipo de relación fue la que se generó entre el cristianismo y la filosofía y en la que San Agustín, obispo de Hipona, se convertiría en su más emblemático y genial exponente bajo la tradición filosófica cristiana en su apogeo de los primeros siglos.
    El cristianismo debe la entrada de la filosofía en su sistema teológico a dos grandes figuras: Clemente de Alejandría y Orígenes, padres de la Iglesia de los siglos I y II. Ambos teólogos, se formaron en dos grandes escuelas teológicas; Alejandría y Antioquía. La primera cultivó un marcado interés por la investigación metafísica del contenido de la fe y la preferencia por la filosofía platónica y la segunda puso su énfasis en la filosofía de corte aristotélico.
     Bajo esta influencia se puede desprender que en la medida que el cristianismo se fue expandiendo tuvo la imperiosa necesidad de exponer, con mayor claridad y férrea defensa, sus verdades y su moral frente a sus adversarios. Esta actitud apologética de los padres de la Iglesia, que llegarían a hacer uso de categorías filosóficas para dar razón de su fe en la formulación de los dogmas cristológicos principalmente, llegaría a su apogeo en la persona de un pensador africano de gran talante y de una mente brillante y creadora por excelencia como lo fue Aurelio Agustín.
    Aún cuando hubo detractores, dentro del mismo cristianismo de los primeros siglos, que no conciliaban una relación entre Filosofía y Teología, por la misma naturaleza del objeto de su conocimiento (fe y razón); como un Tertuliano, que se opondrá enérgicamente a la filosofía; emergerá también un Justino, que mostrará su simpatía por ella y el mismo recibirá el seudónimo de “el filósofo”. Pero será sólo hasta la aparición de San Agustín que la Filosofía entrará por la puerta ancha y se le impondrá un sí positivo.
      Dentro de lo que podríamos señalar como relación entre cristianismo y filosofía está el hecho que la llamada filosofía cristiana será el resultado de un intento de síntesis entre dos supuestos fundamentales de la tradición filosófica pagana; por un lado, la inteligibilidad natural del mundo y la razón como facultad principal del conocimiento y por otro, las verdades reveladas por la nueva religión.
     No siendo el cristianismo una filosofía, por cuanto el conocimiento que aporta proviene del dato de la revelación y no de la razón, éste, con fines apologéticos, utilizó las categorías filosóficas griegas para dar razón de su fe y de su verdad moral. Los primeros cristianos, que hicieron uso de esta ciencia fueron llamados Padres de la Iglesia, por consiguiente a la filosofía cristiana se le llama Patrística.
     Algunas de las características principales que tuvo la influencia del cristianismo en las circunstancias históricas particulares de la época fueron las siguientes:
a) Creó un campo nuevo de conocimientos
b) Su objeto es la revelación divina recibida por la fe
c) El centro de la verdad está en Dios, destino supremo y trascendente y no en la razón.
d) Tendió un puente entre la filosofía y la fe bajo el concepto del logos.

La filosofía patrística se alimentó de tres vertientes:
1. El neoplatonismo. Se constituyó en un aliado natural del cristianismo pues adopta elementos aristotélicos, estoicos y pitagóricos y los entrecruza sutilmente con inquietudes religiosas orientales.
2. El aristotelismo. Resultó más difícil el uso de sus categorías en el plano teológico por su carácter empirista y materialista.
3. El estoicismo. El alma de esta corriente fue su ética, que glorifica al hombre, que frente a sus pasiones, entendida como impulsos desordenados nacidos de juicios erróneos sobre valores, permanece imperturbable ante los placeres y el dolor, poniendo la virtud por encima de ellas.

La evolución espiritual de San Agustín 
     Aurelio Agustín (Tagaste, 354-430 d.C), se destacará, más que ningún otro pensador, por su indiscutible lealtad interior. Entre su pensamiento y su vida hay una coincidencia que da cuenta de su profunda conversión interior y que vendrá luego a significar, tanto en su reflexión teológica como filosófica, un giro copernicano en el pensamiento cristiano occidental.
     Cartago, Roma y Milán, son tres ciudades que se constituirán en un horizonte referencial para Agustín, no solo en su periplo filosófico, sino que también en su problema existencial.
El itinerario que realizó Agustín por cada una de estas ciudades marcará profundamente su vida y pensamiento. Será en Cartago donde tendrá dos experiencias significativas. Bajo la influencia del obispo Ambrosio de Milán, Agustín toma contacto con la filosofía con su lectura del Hortensio de Cicerón.
   “En verdad semejante libro cambió mis afectos y modificó mis súplicas e hizo que mis votos y deseos fueran otros. De repente apareció a mis ojos viles toda esperanza vana, y con increíble ardor de mi corazón suspiraba por la inmortalidad de la sabiduría,..” (San Agustín)
     En Cartago también Agustín abraza el maniqueísmo, corriente en la que pasará nueve años y cuyo núcleo doctrinal contiene un dualismo radical entre el principio del bien y del mal, no sólo en su dimensión moral, sino que también en su constitución metafísica.
    “Los maniqueos afirmaron la existencia de dos principios distintos entre sí, opuestos, y al mismo tiempo eternos y coeternos y, siguiendo a otros herejes antiguos, imaginaron dos naturalezas y substancias, la del bien y la del mal. Según sus dogmas, afirman que estas dos substancias se hallan en lucha y mezcladas entre sí”(San Agustín)
     En su partida hacia Roma, Agustín logra desprenderse de su relación con su madre Mónica, con quien le ataban fuertes lazos de afectividad y dependencia y emprende viaje sólo. Su estancia en Roma marcará dos hechos fundamentales, su contacto y relación con la filosofía de los académicos lo llevará a un rompimiento con el maniqueísmo, y por otro lado, desarrollará su teoría del libre arbitrio en contraposición al determinismo maniqueísta. En los filósofos académicos Agustín se sintió interpretado en su estado de ánimo.
      "Tenía la idea de que los más talentosos de todos los filósofos fueran los académicos, en cuanto habían afirmado que es necesario dudar de toda cosa y habían sentenciado que para el hombre la verdad es totalmente incognoscible”(San Agustín)
     Ya en Milán, Agustín tendrá un encuentro clarificador y decisivo con el neoplatonismo que determinará sus categorías filosóficas para construir su marco teórico frente a las dificultades para explicarse el status ontológico de bien y el problema maniqueo de la realidad substancial del mal. Agustín habría de encontrar en Milán una nueva luz con qué iluminar al hombre y el universo.

La actitud filosófica de San Agustín 
     El pensamiento de Agustín va a recibir una fuerte influencia de Plotino, que al construir su sistema filosófico, bajo categorías neoplatónicas, abrirá su mente a la contemplación de las verdades eternas que existen por sí en el mundo del espíritu.
     Para San Agustín, encerrado en un esquema materialista y bajo una concepción maniquea; dualista y substancial del mal, su conversión radical y la acogida de la fe de Cristo, serán derroteros fundamentales, no sólo de su vida, sino también de su pensamiento. La fe, vivida y reflexionada desde la filosofía, será en adelante el horizonte abierto e inconmensurable hacia la búsqueda de la verdad. Para Agustín es fundamental explicar la relación entre el alma humana y Dios y será en esta dialéctica que la fe y la razón se harán aliadas y se constituirán en instrumentos complementarios para encontrar la verdad.
     El sistema filosófico agustiniano busca establecer que la certeza primaria para el hombre está en su propia experiencia interior:
       “Puede disputarse si las cosas en general y el alma en particular están hechas de fuego, de aire o de otro elemento; pero de lo que no duda ningún hombre es de que vive, obra, piensa, ama o desea” (San Agustín)
    Agustín se atreve a platear una metafísica de la interioridad donde a solas consigo mismo el hombre descubra su yo más íntimo y desnudo. La novedad de esta premisa es el desplazamiento que hace Agustín desde el problema del mundo exterior, el cosmos, al problema del mundo interior, la conciencia del hombre. El verdadero misterio entonces no reside en el mundo, sino en las profundidades del alma humana.
    ¡Qué misterio tan profundo que es el hombre! Pero tú, Señor, conoces hasta el número de sus cabellos, que no disminuye sin que tú lo permitas. Y sin embargo, resulta más fácil contar sus cabellos que los afectos y los movimientos de su corazón”(San Agustín ) 
     Agustín ha dado un salto cualitativo en su metafísica, con relación al filósofo que lo inspira, Plotino; porque la antropología abstracta y despersonalizada de este último, contrastará con la de Agustín, que en sus Confesiones, su obra maestra, ausculta su propia alma, y en las tensiones y desgarramientos más profundos de su voluntad, enfrentada a la voluntad de Dios, es donde va descubriendo su “yo”.
     Este hallazgo intimista y contemplativo de Agustín se distanciará también del intelectualismo griego que en general había reducido la voluntad a un lugar muy insignificante. Es aquí donde radica el aporte novedoso del pensador cristiano, en su capacidad de poner en contradictoriedad su propio desgarramiento interior; su voluntad, que luego de un tormentoso peregrinaje existencial, abdica enteramente de su propia voluntad para rendirse a la voluntad de Dios.
     “Fuimos creados para Ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”(San Agustín)
     Para Agustín, el alma es una sustancia viva de naturaleza espiritual, creada por Dios, “creatio ex nihilo”, (creación de la nada), y habita en un cuerpo como en prisión anhelando siempre su bien.
Para la filosofía griega la voluntad no es una fuerza autónoma de la vida, sino un dato inmediato en función del intelecto. Este es el que determina la dirección hacia dónde dirigirse, y por tanto, la voluntad no constituye objeto de reflexión, en este sentido, el sentimiento religioso que embarga a Agustín formula un nuevo paradigma porque enfrenta la contradictoriedad del querer que finalmente se rinde a la voluntad divina descubriendo el “yo” como persona. Es verdad que el concepto de persona será muy posterior en el desarrollo del pensamiento filosófico y no propio de Agustín, sin embargo, estos serán antecedentes que servirán como punto de partida de diferentes sistemas filosóficos y teológicos, construidos en el periodo medieval y moderno.
      La filosofía cristiana de Agustín se apoya en dos cimientos importantes: el alma y Dios. A Dios se le encuentra no en la contemplación del mundo, sino en las profundidades del alma, por cuanto ésta contiene las claves de Dios:
      “Conocerse a sí mismo, como nos invita a llevar a cabo el consejo de Sócrates, consiste según Agustín en conocerse en tanto que imágenes de Dios. En este sentido, nuestro pensamiento es recuerdo de Dios, el conocimiento que se encuentra en el es inteligencia de Dios y el amor que procede de uno y de otro es amor de Dios. En el hombre, por tanto, hay algo más profundo que el hombre mismo. Lo que de su pensamiento permanece oculto (abditum mentis) no es más que el secreto inagotable de Dios mismo; al igual que la suya, nuestra vida interior más profunda no es otra cosa que el desplegarse dentro de sí misma del conocimiento que un pensamiento divino posee de sí, y del amor que se dirige hacia sí”(EtienneGilson) 

San Agustín y el problema del conocimiento
       En su teoría del conocimiento San Agustín desarrolla la teoría de la iluminación, término que no se debe confundir con un hecho de gracia o acto sobrenatural, sino más bien con el carácter a priori del espíritu, que al sugerir su relación vertical libra al hombre de creer su absoluta autonomía. Más allá todavía está el ser, el bien y Dios.
     En su teoría, Agustín afirma que el alma humana conoce no sólo las cosas materiales, sino también su esencia (las ideas universales de Platón). Sin embargo, contrario a Platón, para Agustín el alma humana no es preexistente, sino creación de la nada. Entonces, surge el problema de dónde y cómo llegan al alma los criterios de conocimiento que hacen posible juzgar las cosas, siendo estos criterios superiores a las cosas mismas.
      “Mientras el principio valorativo, mencionado, que preside el juicio, es inmutable, la mente humana, en cambio, aunque le sea concebido elaborar tal principio, es susceptible de mudanza y error. Por tanto es preciso concluir que por encima de nuestra mente hay una Ley que se llama Verdad, y no hay duda de que existe una naturaleza inmutable, superior al alma humana…El alma, pues, aun sintiéndose superior a los objetos a los que aplica su propio juicio, no puede ignorar que no ha sido ella quien ha inventado y regulado el principio juzgado que le sirve para reconocer la forma y los movimientos de los cuerpo. Además debe inclinarse ante la superioridad del valor del cual extrae el criterio de sus propios juicios y del que ella en ningún caso puede constituirse en juez”. (San Agustín)
       Para Agustín la verdad es la medida de todas las cosas y su noción de verdad se constituye en el eje fundamental de la relación alma-Dios. El mismo, busca la verdad en su interior y luego afirmará con certeza: Dios es la verdad.
       Este proceso cognoscitivo que explica el sistema filosófico de Agustín, refleja de algún modo, su propia existencia, ya que en su vida se halla la razón de ser de sus exposiciones doctrinales. La personalidad de Agustín recibe el dinamismo de tres fuerzas que se constituyen en cimiento y fuente de su filosofía: la razón, la fe, y el amor. Las tres actúan de forma conjunta.
El problema del conocimiento para Agustín es poder justificar la verdad. El conocimiento es una visión que se hace posible por la acción iluminadora de Dios que opera sobre la inteligencia. La búsqueda de la verdad es obra de la razón, facultad natural del ser humano, que lo dispone para la fe formulando el objeto en que ha de creer y discerniendo, bajo los criterios del conocimiento, lo razonable para aceptarlo: “intellige ut credas” (entiende, para que creas). Luego, la fe, que es un dato de la revelación, don supraracional y sobrenatural, ilumina el entendimiento para aceptar la verdad: “crede ut intelligas” (cree, para que entiendas), y muestra el camino para llegar a ella; el camino del amor. Agustín no está interesado en una explicación intelectual para demostrar a Dios, sino en gozar de Él para llenar el vacío de su alma (frui Deo). Ser, Verdad y bien, son atributos esenciales de Dios y es aquí donde podemos identificar el aporte original del sistema filosófico de Agustín, en que las ideas o verdades eternas son ideas de Dios, son los arquetipos que hacen del mundo una creación de Dios. Cuando el ser humano ha alcanzado la verdad, es porque ha pasado a la interioridad más profunda del alma y luego allí, al descubrir su yo más íntimo, se encuentra con el principio de toda verdad que es Dios, Verdad Suprema.

- Gómez Santibáñez, Guillermo. San Agustín: fe y razón. CIELAC 2017. Disponible en: http://biblioteca.clacso.edu.ar/Nicaragua/cielac-upoli/20170831090004/San-Agustin-Fe-y-Razon.pdf