Habitualmente
se considera que hablar de lo que hoy es «la» filosofía es algo bastante
difícil por varias razones que pueden ser reducidas a tres: a) porque no existe
la filosofía, sino que existen muchas filosofías, muchos modos y razones para
llamarse filósofo; b) porque se habla más a menudo y con mayor propiedad de
filosofías aplicadas (de la política, de la ciencia, de la lógica, de la
religión, etcétera) que de la filosofía entendida como un saber o una conducta
de pensamiento o estilo argumentativo puro y desconectado de sus aplicaciones;
c) porque existe una difusa sospecha de que la filosofía «como tal» no existe,
que es un residuo inútil de la cultura occidental, un tipo de discurso
excéntrico o genérico, incapaz de dialogar con las otras formas del saber y de
responder a los problemas que plantea nuestra contemporaneidad (por ejemplo:
¿pueden los filósofos responder a las cuestiones ontológicas y morales
planteadas por los científicos, o tal vez son los propios científicos, desde el
interior de sus disciplinas, los mejor situados para ofrecer esas respuestas?).
Mientras que las primeras dos razones corresponden a la verificación de algunos
datos de hecho más o menos evidentes, la tercera implica una precisa toma de
posición sobre la realidad actual y sobre la idea de filosofía: por tanto, debe
definirse como una posición filosófica en sí misma, y también en un sentido
comprometido. Esto se produce no tanto o no solo porque la filosofía posee la
molesta tendencia a colocarse dialécticamente más allá de los propios límites
(según el clásico mandato aristotélico, para poder llegar a decidir no hacer
filosofía es necesario hacer siempre filosofía —y esto en el fondo no hace nada
más que acentuar la incomodidad epistemológica frente a la propia disciplina),
sino también, y sobre todo, porque si existe una posición típicamente
«filosófica» identificable dentro de la historia del pensamiento desde la mitad
del siglo XIX hasta nuestros días es precisamente esta autocrítica, o también
auto refutación de la filosofía. Si existe una tendencia unitaria del
pensamiento desde la mitad del siglo XIX hasta hoy (contra cualquier buena
argumentación pluralista) es la reflexión sobre el fin de la filosofía,
concebido como una amenaza, un dato de hecho, una oportunidad positiva, un
programa. Declarar con satisfacción o con pesar el fin presagiado o acontecido
de la filosofía ha sido siempre una de las operaciones «filosóficas» más
típicas del último siglo. Naturalmente, se trata de un episodio de un recorrido
interno de la cultura del fin (endemismo) que domina la fase más reciente de la
modernidad. Pero es probable que la responsabilidad y el papel de la filosofía
en el interior de la cultura del fin sea en sí mismo particular y merecedor de
ser considerado con atención. Familiarizarse con la idea del fin de la
filosofía es, además, una de las primeras operaciones que se deben realizar
para comprender el pensamiento contemporáneo. No se pueden explicar de otra
manera ciertas figuras problemáticas de filósofos-artistas, filósofos-escritores,
filósofos negativos, filósofos-científicos de la sociedad, filósofos irónicos,
etc., de Kierkegaard a Jacques Derrida, de Marx a Richard Rorty, de Nietzsche a
Wittgenstein, Adorno, Jean-François Lyotard. La idea de que hoy pueda existir una
imagen de la filosofía capaz de ser descrita en grandes líneas puede ser
aceptada, pero con la condición de que se reconozca que en esa imagen debe
también figurar el recorrido de la antifilosofía, el «negativo» del pensamiento
filosófico, su práctica de autocrítica y de autorrefutación trágica o irónica.
- D'Agostini, F. Analíticos y
continentales Guía de la filosofía de los últimos treinta años Introducción 2
¿Filosofía?
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